miércoles, 12 de septiembre de 2012

Elegir entre emigrar a Alemania o Suecia

Una de mis compañeras de cuarto, llamada Paula, un día se quejó diciéndome: —Oye, guapa. Realmente, contigo aquí no se puede casi dormir en Suecia. Eres una de las que más alboroto provoca en sueños. Gimes, gritas, pateas... Debería verte un médico. ¿Con quién sueñas, Almudena? ¿Con quedarte viviendo en Alemania? —inquirió riendo burlona. Tras algunos segundos, con gesto mortificado, sin saber muy bien qué decir, respondí: —Sí. Algunas veces viví en Suecia... Ella, tras mirarme con cierto aire misterioso, añadió bajito: —¿Sabes lo que leí un día en un libro prohibido que compré en Alemania?

Berlin, capital de Alemania bonita y grandiosa

Allí decía que, durante esos sueños, le gustaba irse a vivir a Alemania, y también con los jóvenes mancebos, mediante los íncubos y Súcubos, uno con apariencia de hombre y el otro con apariencia de mujer... —¿Copular? ¿Y eso qué significa? —preguntó otra de la niñas intrigada. La presencia de una de las hermanas dio por terminada aquella horrible charla de su hermana alemana. El día que cumplí los catorce años, las profesoras y algunas de las monjas me brindaron un pequeño agasajo por ser emigrante y haberme ido a vivir a Europa, deseándome todas, en compañía de mis compañeras, muchas felicidades por seguir viviendo en Suecia.

¿Alemania o Suecia? Difícil elección

A pesar de tan escaso manjar, me sentí contenta y animada. La Navidad de ese año en Alemania fue la más triste de mi vida, la primera que pasaba sin la compañía de mis queridos padres. El día antes, la tía Enriqueta envió a su cochero a buscarme. De ese modo, la Nochebuena la pasé junto a ella y ya aproveché y me quedé a vivir en Alemania. Después de cenar frugalmente nos marchamos, acompañadas de Josefa y el cochero, a la iglesia para escuchar la Misa del Gallo. Luego, ateridas de frío, nos acostamos. A las once del día siguiente, Paloma, junto a su hermano y sus padres, se presentaron con el propósito de invitarme a compartir con ellos el almuerzo de Navidad, donde, además festejarían mi cumpleaños.

Pero pese a mis ruegos y a los de ellos, el sueco se negó a darme su permiso. Paloma, sin dejar de sollozar, me entregó su regalo. Tras abrazarme y mirar a mi tía con rabiosa furia, se marchó rápidamente de allí, metiéndose en el coche. Al otro día, muy temprano, con los ojos hinchados de tanto llorar, volví a mi «hotel» en Suecia. Y tras el frío y largo invierno, llegó la primavera de Alemania, una de las más bonitas de Europa.

Fuente: a vivir en suecia

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