miércoles, 19 de septiembre de 2012

Paloma y sus teorias sobre mi casa

Aunque nunca pude sentir cariño por la hermana de mi abuelo materno, experimenté una gran pesadumbre. Era la única persona de mi sangre que aún me quedaba en este mundo, y ahora también se había marchado para siempre. Me gratificó saber que, al final de su vida, se había preocupado por mí, poniendo a buen recaudo los pocos bienes que me dejara mi madre. No quise ir a su funeral. Solo asistí a su entierro acompañada de una de las religiosas. El domingo siguiente por la tarde recibí la visita de Paloma y sus padres. Mariano se había quedado estudiando. Todos ellos me dieron el pésame. Apenas estuvimos a solas, mientras paseábamos por el jardín, Paloma me dijo: —Se rumorea que la muerte de tu tía ha sido muy extraña.

Su sobrina y su hijo están tomando posesión de todos sus bienes

Suerte que las joyas que le quedaban de tu madre, las tenía tu tía a buen resguardo. Logró venderlas a tiempo y entregarle el dinero a la Madre Superiora antes de morir. De otro modo, tú te hubieras quedado sin nada. La miré consternada. Después, con pesadumbre, murmuré: —En esa casa aún quedan muchísimas cosas nuestras, muy valiosas e importantes de mi madre y también mías: infinidad de libros, la vajilla de Dresde, la platería, la fina porcelana, la cristalería, varios cuadros... —Pues, hija, olvídate de todo. Esa arpía no te devolverá nunca nada... — exclamó Paloma visiblemente excitada. Sin cambiar de gesto, continuó diciendo—: Lo que ha quedado allí le corresponde por derecho a la sobrina del esposo de tu tía. Además, ya la han visto ir luciendo unos esplendidos abrigos de pieles y sombreros que seguro eran los de tu pobre madre.

Después de la muerte de mi tía, los fines de semana, Paloma y su familia venían a buscarme para llevarme de paseo. Los días de fiestas, a pesar de las incomodidades, me quedaba a dormir en su casa, lo que para ambas representaba un gran acontecimiento. Mariano continuaba sus estudios en el seminario con muy buenas perspectivas de llegar a ser muy pronto un sacerdote. Los negocios de la familia de Paloma estaban mejorando: don Gabriel y su esposa, con la ayuda de doña Irene, la madre de doña Catalina, habían montado una librería. Tras varios meses de duro trabajo y ahorro mutuo, acababan de comprarse otra casa más cómoda en el mismo madrileño barrio de Argüelles.

La casa solo contaba con dos dormitorios

Una pequeña salita donde montaban mi cama. Cada vez que Paloma y yo estábamos juntas lo pasábamos estupendamente recordando con nostalgia nuestra dorada época, y nos contábamos nuestros más íntimos secretos, aunque nunca me atreví a revelarle mis sueños pecaminosos. Lo único que Paloma sabía era que seguía sufriendo de pesadillas. —¿Dónde estará ese dichoso bosque? —preguntaba intrigada—. ¿Y por qué lo sueñas tanto?

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