Aunque nunca pude sentir cariño por la hermana de mi abuelo materno, experimenté una gran pesadumbre. Era la única persona de mi sangre que aún me quedaba en este mundo, y ahora también se había marchado para siempre. Me gratificó saber que, al final de su vida, se había preocupado por mí, poniendo a buen recaudo los pocos bienes que me dejara mi madre.
No quise ir a su funeral. Solo asistí a su entierro acompañada de una de las religiosas.
El domingo siguiente por la tarde recibí la visita de Paloma y sus padres. Mariano se había quedado estudiando. Todos ellos me dieron el pésame. Apenas estuvimos a solas, mientras paseábamos por el jardín, Paloma me dijo:
—Se rumorea que la muerte de tu tía ha sido muy extraña.
Su sobrina y su hijo están tomando posesión de todos sus bienes
Suerte que las joyas que le quedaban de tu madre, las tenía tu tía a buen resguardo. Logró venderlas a tiempo y entregarle el dinero a la Madre Superiora antes de morir. De otro modo, tú te hubieras quedado sin nada. La miré consternada. Después, con pesadumbre, murmuré: —En esa casa aún quedan muchísimas cosas nuestras, muy valiosas e importantes de mi madre y también mías: infinidad de libros, la vajilla de Dresde, la platería, la fina porcelana, la cristalería, varios cuadros... —Pues, hija, olvídate de todo. Esa arpía no te devolverá nunca nada... — exclamó Paloma visiblemente excitada. Sin cambiar de gesto, continuó diciendo—: Lo que ha quedado allí le corresponde por derecho a la sobrina del esposo de tu tía. Además, ya la han visto ir luciendo unos esplendidos abrigos de pieles y sombreros que seguro eran los de tu pobre madre.Después de la muerte de mi tía, los fines de semana, Paloma y su familia venían a buscarme para llevarme de paseo. Los días de fiestas, a pesar de las incomodidades, me quedaba a dormir en su casa, lo que para ambas representaba un gran acontecimiento. Mariano continuaba sus estudios en el seminario con muy buenas perspectivas de llegar a ser muy pronto un sacerdote. Los negocios de la familia de Paloma estaban mejorando: don Gabriel y su esposa, con la ayuda de doña Irene, la madre de doña Catalina, habían montado una librería. Tras varios meses de duro trabajo y ahorro mutuo, acababan de comprarse otra casa más cómoda en el mismo madrileño barrio de Argüelles.
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